miércoles, 9 de marzo de 2016

Gracias, George.



La primera vez que escuché a The Beatles, mi vida cambió. Yo quería ser doctora, hasta astronauta, o ingeniera, como mi papá. Después de ese día que escuché “Hey Jude”, sólo quería ser una Beatle.

Aprendí a tocar piano, guitarra y bajo, en ese orden. De cantar, siempre canté, pero pasé de cantos corales clásicos a “Something” y “I’m Happy Just To Dance With You”, mi favorita en ese entonces.
Pero casualmente nunca me imaginé como una estrella de Pop/Rock, cantando o tocando en estadios llenos de gente. No. Mi sueño más vívido siempre ha sido yo llevando las riendas en un estudio de grabación. De ingeniería y tecnología musical conozco algo, y probablemente ya lo olvidé, pero esos proyectos de producción que hice en la universidad fueron exactamente lo que había soñado por tanto tiempo. Y desde esas largas horas de trabajo le pido a Dios que ese sea mi día a día, levantarme con esa extra energía que te da cuando sabes que vas a hacer lo que más amas. Y todo eso se lo debo a George Martin.

Martin dijo alguna vez que su sueño era ser el siguiente Rachmaninov. Pero que sólo terminó siendo un productor cuando aún no se sabía de qué se trataba ese trabajo. Su hoja de vida estaba llena de discos de comedia y música clásica. Hasta que un día llegó una banda que ya habían rechazado en varias disqueras por no traer nada nuevo. Este señor, el que quería ser el siguiente Rachmaninov, vio algo interesante en esos chamos de Liverpool que tenían casi cero educación musical. Y creyó en ellos. Y los retó. Y los complació en sus ganas de romper las reglas de la música. Y por eso, Sir George, estaré eternamente agradecida.

Si logro el 10% de lo que él obtuvo en vida, no le puedo pedir más a Dios. Quiero darle a otros lo que él le dio a John, Paul, George y luego a Ringo. Y a mí. Esperanza. Que la música no es un club exclusivo, sino una forma de arte que nos acepta a todos.

¡Gracias, gracias, gracias, Sir George!